La Adolescencia: Un Círculo que se Cierra






La Adolescencia: Un Círculo que se Cierra


La Adolescencia: Un Círculo que se Cierra

Adentrarse en el fascinante laberinto de la adolescencia es como asomarse a un reflejo distorsionado de uno mismo, una fase de vida donde la identidad empieza a gestarse pero aún no ha culminado. Es un viaje tumultuoso, lleno de altibajos, rebeliones y cuestionamientos. Pero, ¿qué es realmente la adolescencia? ¿Es simplemente un periodo de transición entre la infancia y la adultez, o es una construcción social impregnada de expectativas y presiones externas? En este sentido, podríamos afirmar que la adolescencia no termina cuando uno cumple 18 años, sino que se cierra el círculo en el mismo punto donde comenzó.

La adolescencia, como fenómeno, ha sido objeto de estudio durante décadas. Desde la perspectiva de Freud hasta las teorías contemporáneas de la psicología del desarrollo, se ha consensuado que este periodo es fundamental para la formación del ser humano. Sin embargo, lo que a menudo pasa desapercibido es que, aunque se nos dice que adolescentes somos aquellos jóvenes que salimos de la infancia para ser adultos responsables, en realidad, muchas de las inquietudes y sentires de esa época nos acompañan a lo largo de nuestra vida.

Un poderoso eco resuena en esta afirmación: “La adolescencia termina donde comenzó”. Es una paradoja en la que el proceso de individuación se eclipsa cuando nos sumergimos en las dinámicas sociales que nos rodean. Vemos cómo las decisiones que tomamos en nuestra juventud a menudo estarán marcadas por la opresión de la conformidad. La presión de grupo, la búsqueda de aprobación y la aceptación de las normas establecidas pueden llevar a muchos a descuidar sus verdaderas pasiones y propósitos.

Además, hay un diseño sutil en las rutinas sociales que fomenta la extracción del individuo de su deseo intrínseco. ¿Cuántos de nosotros hemos rumiado, en plena vida adulta, sobre sueños interrumpidos por la necesidad de encajar? Esa misma tensión que nos acompaña desde la adolescencia se remueve suavemente hacia la adultez, generando una continua lucha interna entre lo que somos y lo que se espera de nosotros. En este sentido, la afirmación se convierte en un llamado a la introspección y al cuestionamiento de nuestras elecciones más hondas.

Un paréntesis forzado que se ha desdibujado en un mundo donde la tecnología ha saturado nuestra capacidad de conexión auténtica. Las redes sociales, en su afán por unir, muchas veces ahogan transparentemente la individualidad; lo que podría haber sido un viaje hacia la autoexploración se convierte en una competencia superficial. ¿Al final, encontramos nuestro camino o simplemente continuamos un ciclo vicioso que empezó en la adolescencia?

Reflexionemos entonces: la adolescencia no marca simplemente el final de la niñez, ni el inicio de la adultez; se erige como un índice donde el individuo tiene la responsabilidad de desafiar, rebelarse y, principalmente, descubrirse a sí mismo. Cerrar el círculo de la adolescencia solo es posible si nos comprometemos a llevar nuestras experiencias maduras a la luz, cuestionando cada paso y rehusando ser meros actores en esta obra donde se nos asigna un papel.

Las lecciones no aprendidas en la adolescencia mantienen su eco, arrastrándonos a repetir patrones sin siquiera darnos cuenta. Volver al principio para comenzar de nuevo podría ser la respuesta. Cuando confrontamos las experiencias del pasado con los ojos del presente, abrimos potencialmente un camino hacia la autolibertad que nos ofrece la vida. No nos resignemos a ser solo ecos. Abracemos en su totalidad la esencia de la adolescencia, ya que terminará donde todo comenzó: dentro de nosotros mismos.


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